La consagración en el matrimonio sacramental es el corazón del matrimonio, el corazón de la unión del hombre y de la mujer. «El matrimonio supone que los futuros esposos se comprometen el uno hacia el otro, sin ser forzados por nadie, se prometen fidelidad y aceptan la responsabilidad de esposos y de padres» (Ritual del sacramento del matrimonio).

La consagración en el sacramento del matrimonio es, pues, la consagración de sí mismo a su cónyuge, a llegar a ser para el otro, signo visible del amor de Cristo. Luego, como pareja, «los esposos expresan el misterio de unidad y de amor fecundo entre Cristo y la Iglesia y ellos participan allí; por eso se ayudan mutuamente a la santidad en su vida conyugal y en la procreación y la educación de sus hijos» (Lumen Gentium ll).

La consagración en el matrimonio es, pues, el don total de sí mismo a su cónyuge unido en el don a Cristo.. Los cónyuges se dan a Cristo dándose el uno al otro. Pero además «la pareja cristiana es un sacramento que comunica y revela a los demás el misterio de intimidad que Cristo mantiene con su Iglesia» (Hacia una teología de la familia / Normand Provencher, o.m.i.)

«Nuestra consagración secular tiene su origen necesariamente en la única consagración que llevamos, la de nuestro bautismo. Mi manera de vivir más en profundidad, más seriamente mi bautismo, será la consagración secular. Por tanto, yo me doy medios para vivir mejor mi bautismo. Estos medios son los compromisos a los tres consejos evangélicos (la pobreza, la castidad y la obediencia) vividos en la especificidad de una Regla de vida.